"Data Almizrano…", luz científica sobre el Tratado

JOAQUÍN SANTO (Castells, núm. 4, diciembre 1994)

 

A pesar de ser ambos jóvenes, aunque él pertenezca por los pelos a otra década y yo haya entrado en cuarentena con el gozo de seguir mojándome la barriga y manifestarme la gente, creo que sin retintín, aquello de quién lo diría, puedo decir que conozco a Pepe Ferrándiz Lozano desde hace mucho tiempo, siempre aferrados a cuestiones relacionadas con la cultura.

Hacer de crítico del crítico que sabe sutilmente ironizar con naturalidad, podría no resultar tarea fácil, pero como el análisis de su más reciente libro –decir último suena a testamento o epitafio– va a ser sinceramente positivo las palabras se entrelazarán con la soltura del que escribe de corazón.

Sabemos lo que se dilucidó en Almizra, encuentro que describió detalladamente, pero con la comprensible subjetividad, uno de sus protagonistas, Jaime I, cuya Crónica, en los capítulos afectos a las tierras alicantinas, leí con fruición en una primigenia edición impresa en Valencia allá por 1557 y que se conserva magníficamente en mi casa paterna y natalicio.

Para los desmemoriados recordaremos que el Tratado de Almizra, acontecimiento sobre el que trata el libro comentado, fue un acuerdo de paz firmado el 26 de marzo de 1244 entre Jaime I, el Conquistador, rey de Aragón, y el que sería su yerno, el infante Alfonso de Castilla, hijo de Fernando III el Santo y futuro Alfonso X el Sabio. En él quedaron fijadas las fronteras de ambos reinos en unos momentos en los que estaban, por uno y otro, recuperando a los árabes los territorios peninsulares que invadieron a partir del 711.

Pero de tal venturoso hecho histórico, poco se había estudiado y distintas sombras planeaban sobre el mismo, quitando luz a un acontecimiento principal del Medievo, hasta en la ubicación exacta de Almizra.

José Ferrándiz Lozano alumbra allá donde era imprescindible hacerlo, ejerciendo una función investigadora que él bien cataloga de historiográfica, pues se trata de ahondar en un evento histórico a través del análisis crítico de los escritos existentes al respecto y de la bibliografía de los expertos que sobre el mismo han trabajado. El propio título de la obra es la génesis de todo: "Data Almizrano cum ibi haberent colloquium...". Así acaba el texto del Tratado: "Dado en Almizra...", cuya copia guardada en el Archivo de la Corona de Aragón de Barcelona, descubriera casualmente el historiador y sacerdote dianense Roque Chabás del que se traza una oportuna semblanza en el libro, desconociéndose la fecha del hallazgo de tan valioso documento así como las causas por las que Chabás tardó tanto en darlo a conocer, adelantándose otros.

En "Data Almizrano..." vamos viendo cómo se combinan la amenidad de quien narra con tintes de crónica periodística unos sucesos perdidos en el tiempo, con las numerosísimas notas a pie de página que son el riguroso complemento tanto bibliográfico como científico de lo que leemos.

Donde más palpable resulta ello es en los capítulos I, II y III. Precisamente el primero se inicia con una fecha, 11 de septiembre, curiosamente la del cumpleaños de quien esto suscribe, y un año, 1886, que no coincide sin embargo con el de mi nacimiento, para introducirmos en el gran viaje de Roque Chabás a Barcelona, inicio probable de otros donde hallara sin catalogar el Tratado.

El capítulo II tiene como núcleo la versión que del encuentro en Almizra da Jaime 1 en su ya mentada Crónica o Llibre dels Feyts, o Feits en versión catalana, escrito en lemosín –el monarca era de Montpellier– y cuya descripción toponímica –Elxe, Alcoy...– bien merece un estudio que agravaría aún más el confusionismo existente en la actualidad.

Los dos últimos capítulos inciden en sendos misterios casi resueltos: ¿Dónde estaba Almizra y cuáles fueron las fronteras delimitadas? Si del primero podemos afirmar que el Tratado se selló en el cerro próximo al actual municipio de Campo de Mirra, donde Ferrándiz Lozano naciera, existe una duda curiosa que el libro no puede aclarar. Si este pueblo se llamaba hasta el siglo pasado simplemente Campo, qué motivo indujo a las autoridades locales a añadirle "de Mirra", denominación oficialmente reconocida en 1849, cuando la mirra es una resina procedente de un árbol cultivado en Arabia y Abisinia, siendo imposible asociar el añadido con Almirra o Almizra en tiempos en los que ni siquiera los eruditos se ponían de acuerdo respecto a la localización del lugar. Aún hoy el origen del topónimo ALMIZRA es motivo de dudas y versiones encontradas. ¿Casualidad? ¿Premonición?

Concluye "Data Almizrano..." con el enigma despejado de los límites fronterizos. ¿Fueron naturales, inamovibles, caprichosos? ¿Cuál fue la exacta salida al mar que marcó la línea divisoria establecida para ambos reinos, Aragón y Castilla? El libro matiza la diferencia entre unas fortalezas y otras según la línea divisoria de los reinos de Aragón y Castilla. Así, correspondían a aquéllos castillos más montaraces, ubicados en lugares de indudable valor estratégico como Biar, "claudo et aperio regnum", "llave y entrada del reino", mientras que para la corona castellana fueron los de sitios más llanos, por ejemplo Villena.

Con la moderna metodología investigadora, más racional que épica, y exhaustiva que intuitiva, un buen racimo de eruditos alicantinos de origen o adopción, da un honroso relevo a Chabás.

Aunque nunca un análisis histórico puede plasmar la realidad fehaciente con absoluta certeza a pesar de que hace muchos siglos el maestro Cicerón dijera que la historia es la luz de la verdad, siempre estuve más cerca de la ironía –cómo no– de Chesterton para quien la historia no estaba hecha de ciudades completas y derribadas, sino de ciudades a medio levantar, abandonadas por un constructor en quiebra.

Hay un epílogo no polémico, más bien polemizador que nos traslada a unos momentos presentes en los que la cacareada ley de Comarcalización ha enmudecido ante las mancomunidades y no se sabe exactamente qué hacer con las provincias, surgidas de manera caprichosa en sus límites pero necesarias en su organización administrativa, una vez desaparecieron de España las influencias retrógradas y despóticas de Fernando VII.

En 1836 le pegaron un buen recorte a la de Alicante, nacida, como todas las provincias, tres años atrás. Pero ésa es otra historia y quizás cuando decidamos perder el tiempo en renovadas delimitaciones, reivindiquemos para nosotros el municipio albaceteño de Caudete, por ejemplo, y echemos mano de este "Data Almizrano...", la primera monografía sobre el Tratado de Almizra o Tractat d'Almiçra –¿por qué los historiadores de marcadas tendencias politico-lingüísticas escriben Almirra?- que se ha escrito, fácil de leer y con el gusto grato que deja un texto que rezuma interés y cariño hacia las cosas propias.

 

 

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