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		Igual usted no piensa lo mismo, pero yo 
		estoy convencido de que la parte más cómoda para un gobierno es la 
		economía. Y no sólo para los gobiernos: también lo es para la militancia 
		afín, para simpatizantes sin carnet y coristas que comparecen en medios 
		de comunicación. Uno puede suponer que en toda crisis económica tendrá 
		su parte de responsabilidad el gobierno, con sus ministerios y ministros 
		del ramo, pero no es así, eso sólo lo sostiene quien no entiende ni jota 
		de economía. La realidad es distinta. Parece ser que ministros y 
		presidentes gubernamentales sólo se reconocen responsables en tiempos de 
		bonanza económica (acuérdense de Rodrigo Rato y Aznar, que 
		la achacaban a sus políticas), pero no en días de crisis, sobre todo 
		cuando éstas van precedidas de eufemismos tan estupendos como 
		“desaceleración” y florituras similares, en cuyo caso los males y causas 
		proceden de fuera (así lo dan entender Solbes y Zapatero): 
		es decir, que las causas, según se nos instruye, hay que buscarlas en la 
		economía global, en la subida del petróleo, en el aumento del euribor y 
		en otros desastres por supuesto externos, únicamente externos, 
		indiscutiblemente externos. También parece ser que ha tenido algo que 
		ver la burbuja inmobiliaria, que como se sabe es otro fenómeno ajeno a 
		nuestro país. En consecuencia no se nos aconseja sospechar –porque eso 
		es darle carnaza a la oposición– que en la crisis tenga algo que ver el 
		ejecutivo: los gobiernos, lamentándolo mucho, sólo pueden responder de 
		los éxitos económicos, no de las estrecheces. Conviene que esta 
		conclusión nos quede clara: cuando el superávit estatal se consume en 
		seis meses la culpa es del exterior; cuando los ciudadanos luchan a 
		cartera partida con su hipoteca la culpa es del exterior. ¡Que bello es 
		vivir!, se titulaba una película. ¡Qué bello es ser ministro de 
		economía!, podría exclamar cualquiera que sea nombrado para el cargo, no 
		importa si el momento es propicio o adverso. |