El presidente del Congreso

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [
www.joseferrandiz.com]

Diario INFORMACIÓN (Alicante), 10-4-2008

A primeros del siglo XX ocurrió en el Congreso una escena que narró al día siguiente un periódico. El presidente de la Cámara avisó a un diputado de que tenía la palabra. “Yo no la tengo pedida”, reconoció éste. “Pero, ¿Su Señoría la quiere?”, insistió el primero, a lo que el aludido, encogiéndose de hombros, respondió resignado: “Bueno”. De nos ser por esta trivialidad nadie, seguramente, se hubiera ocupado aquel día de quien presidía la sesión.

En principio, los presidentes del Congreso no deberían adquirir protagonismo en los debates: como guardianes del reglamento interno, su función es protocolaria. Por eso su existencia sólo se menciona cuando toca chiste o barullo. Si no pasa nada se dan por ausentes, de manera que a Trillo se le sigue recordando más por su “manda huevos” musitado desde el alto sitial y de Manuel Marín resuenan los ecos de sus amonestaciones al diputado más revoltoso de la anterior legislatura, Martínez Pujalte, al que podríamos calificar de “Señoría interruptus” por sus pronunciamientos desde su escaño cuando sus rivales hablaban. El periodismo, al dar repercusión, contribuye a esa imagen banal, y el carácter de Bono puede conducir a la misma frivolidad. Un señor que decide no decir “ni mu” de una cosa y se convierte en titular da mucho juego, y ya hay quien se ha quedado con la copla, nada más empezar su presidencia, de que dispuso un sorteo por insaculación, término que al parecer causa asombro. Así y todo, presidir el Congreso es una de las más honrosas distinciones con la que puede ser adornado un político. Nombres del calibre histórico de Argüelles, Joaquín María López, Sagasta, Salmerón, Castelar, Cánovas, Canalejas, Dato, Romanones, Besteiro o Torcuato Fernández-Miranda se sentaron en el alto sillón del hemiciclo. Y algunos, como Bravo Murillo, han salido hasta en el Monopoly.