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Uno no sabe qué hay de verdad y qué de
exageración en las crónicas de los reporteros de
guerra. Acostumbrado a verles, oírles o leerles contando
las batallas ajenas, sorprende que les queden ganas para
relatar guerras propias. La que se tienen declarada Arturo
Pérez Reverte y Ángela Rodicio se remonta a
los años en que coincidieron en TVE, pero adquirió
carta de publicidad con la edición del libro
"Territorio comanche" del primero, en el que la
corresponsal aparecía citada como "Niña
Rodicio" por el cartagenero, que no le dedicó
palabra simpática en sus páginas y a la que adjudicó
una gloriosa inexperiencia y megalomanía: "Después
de sólo dos años de periodismo activo se había
transformado directamente de modosa becaria en pozo de
experiencia, y no necesitaba doctrina de nadie, ni
siquiera cuando confundía los calibres, hablaba de los
B-52 bombardeando en picado
" Ángela Rodicio
ha tardado en responder a la mala fama que le diseñó
Pérez Reverte, a quien nombra Turí en el libro que
está promocionando para ajustar cuentas con él y con
otros. Dice que Reverte pagaba en Beirut a milicianos
para que dispararan por detrás mientras grababa sus
comentarios, aumentando la sensación de peligro. Al espectador distante, receptor de noticias bélicas, quizá no le importe tanto quién va con la razón, pero sí se quedará con un regusto de preocupación que no hace más que cuestionar a los reporteros de guerra. Uno no tiene más remedio que rizar el rizo ante la polémica con un abanico de interpretaciones: si ambos cuentan la verdad quiere decir que los dos manipulaban al menos en alguna ocasión sus informaciones; si, por el contrario, ambos mienten en sus libros ¿quién nos asegura que no fueron capaces de hacerlo también en alguna crónica?; si sólo dice uno la verdad tendremos que aceptar que hubo noticias falseadas por parte del otro. Y así no hay quien entienda una guerra. |