Premio internacional de Periodismo Fundación Miguel Hernández 2003
JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

28 enero 2003

Este reportaje, publicado en el diario INFORMACIÓN de Alicante el 28 de enero de 2003 y compuesto por los artículos "Setenta años de Perito en lunas" y "Prisionero de su biografía", obtuvo el I Premio internacional de Periodismo Fundación Miguel Hernández 2003, otorgado por un jurado formado por José Luis Ferris, escritor y biógrafo del poeta, Javier Fernández del Moral, director del Centro universitario Tomás de Villanueva de al Universidad Complutense de Madrid, Antonio Hernández, Premio nacional de Poesía Miguel Hernández en 1983, Javier Lostalé, director del programa de RNE "La Estación Azul" dedicado a la poesía, Miguel Ángel Lozano Marco, catedrático de literatura de la Universidad de Alicante, Ginés Llorca, presidente de la Asociación de Prensa de Alicante, y Raúl del Pozo, columnista del diario "El Mundo", actuando como secretario Juan José Sánchez, director de la Fundación. José Luis Ferris, presidente y portavoz del Jurado, comentó a los medios de comunicación que el trabajo premiado "atiende al texto hernandiano con la dignidad de quien glosa sabiendo de qué va el tema y de lo que tiene que ser un artículo, y lo presenta de forma amena y divulgativa".

RESUMEN DE PRENSA
José Ferrándiz gana el Premio de Periodismo Miguel Hernández (Información, 19-3-2003, PDF)
José Ferrándiz Lozano gana el Premio de Periodismo Miguel Hernández (Elmundolibro.com, Efe 18-3 2003)
José Ferrándiz Lozano, Premio de Periodismo de la Fundación Miguel Hernández (La verdad, Alicante, 19-3-2003)
Brillante entrega de los premios de la Fundación Miguel Hernández (Información, 9-4-2003, PDF)
La Fundación Miguel Hernández entregó sus tres premios literarios (La verdad, Alicante, 9-4-2003)


SETENTA AÑOS DE PERITO EN LUNAS

Por enero de 1933 aparecía en Murcia, en la colección Sudeste, el primer libro de Miguel Hernández: "Perito en lunas". Las cuarenta y dos octavas reales de sus páginas no eran sus primeros poemas impresos, pues ya habían pasado a letra de molde algunos sueltos desde 1930, pero el poemario venía a representar el punto de inflexión con el que iniciaba, tras los tanteos previos, una carrera de poeta corta e intensa, de apenas nueve años, truncada por la tragedia de una muerte carcelaria en marzo del 42.

"Perito en lunas" es el libro más complejo para los lectores de Hernández: enigmático, hermético. No es fácil entenderlo, debido a que fue un ejercicio en el que puso a prueba su capacidad para concebir metáforas no siempre comprensibles. Por su dificultad, apenas se parece a sus nítidas y emocionales composiciones posteriores.

La historia de la publicación es conocida y ha sido repetida por sus biógrafos, que no se han cansado de citar y recitar las mismas fuentes. Se sabe que su estancia en Madrid desde diciembre de 1931 a mayo de 1932 le sirvió para trabar contacto con los poetas del 27. La influencia de este viaje se tradujo en su decisión de homenajear a Góngora, como habían hecho aquéllos. Y de ahí el misterioso "Perito en lunas", cuyo título es ya una metáfora, como sugirió Agustín Sánchez Vidal, uno de los críticos que más ha tratado de desentrañar los arcanos de cada octava del libro, hasta el punto de considerarlo un libro "fundamental en la trayectoria del oriolano" y sostener que en sus páginas se intuyen muchas características posteriores de su obra. Para Sánchez Vidal, el título escogido "significa, precisamente, poeta y pastor, ya que a la oveja le llama luna en distintas ocasiones".

De "Perito en lunas" –Miguel Hernández calibró también titularlo "Poliedros"– se pasaron por la imprenta trescientos ejemplares que costaron cuatrocientas veinticinco pesetas. La colección Sudeste en la que se incluyó contaba entonces con un solo libro. La dirigía Raimundo de los Reyes, redactor-jefe del diario "La verdad", en cuya rotativa se imprimían. La edición la pagaba el autor, y a Miguel Hernández tuvieron que avalarle al firmar el contrato Luis Almarcha, vicario general de Orihuela, el diputado Martínez Arenas y el sacerdote Ramón Barber. En realidad, los ochenta y cinco duros salieron del bolsillo de Almarcha, de quien se dice que no aceptó que Hernández se los devolviera. Biógrafos y críticos se han recreado contando la posible anécdota en la que Almarcha comunicó a Miguel que sus gustos poéticos no iban por ahí, a lo que éste respondió: "No le pido consejo sino apoyo".

Estaba previsto que el libro apareciera en 1932, pero la suspensión gubernamental del diario "La verdad" y la clausura de sus talleres retrasó su salida hasta el lunes 20 de enero de 1933, demora que a buen seguro aumentó la ansiedad que acreditaba el joven orcelitano desde meses atrás en su correspondencia: desde el desencanto reconocido a Ramón Sijé en carta que fechada en Madrid el 15 de mayo de 1932, en la que confesaba que no le quedaban ganas de decir que era poeta, a la declarada impaciencia de su misiva a Reyes del 3 de noviembre: "Tengo prisa por que aparezca el libro (Tengo cerca de cien seguros compradores y no quiero que se me enfríen)". La ansiedad debió acrecentarse cuando acudió a casa del director de colección, en Murcia, a entregarle las galeradas y conoció, allí mismo, a García Lorca, aprovechando que su compañía "La barraca" actuaba en el Teatro Romea. Ese día tuvo oportunidad de leerle al granadino algunos de sus versos.

Impreso el libro –con prólogo de Ramón Sijé y un retrato del autor hecho al carboncillo por Rafael G. Sáenz– vino el desencanto. A Miguel le parecían escasas las reseñas que se ocupaban de su obra. Sus quejidos ante la indiferencia pueden seguirse en sus cartas, como tantos detalles de su existencia. "Ahí en Alicante se han quedado respecto a la poesía, como respecto a otras cosas, en Campoamor", le decía al periodista y paisano Juan Sansano, uno de sus más tempranos animadores como director del periódico "El Día" de Alicante, donde había acogido poemas de Miguel Hernández ya en 1930. "Comprendo que no hayan comprendido el libro y no vean su valor", lamentaba dolorido el autor de "Perito en lunas".

Análogo malestar vertió en una carta a García Lorca, a quien le recriminaba que no le hubiera contestado a una suya. "Perdone. Pero se ha quedado todo: prensa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro, tan alabado –no mentirosamente, como dijo– por usted la tarde aquella murciana, que he maldecido las putas horas u malas que di a leer un verso a nadie", protestaba. Más adelante anotaba: "He quedado en ridículo, porque de toda la prensa madrileña, sólo Informaciones se desvirgó hablando de mis poemas por el pico de Alfredo Marqueríe, diciendo cuatro burradas". La respuesta de Lorca, muy reproducida por los hernandianos, la dio a conocer en 1958 Marie Laffranque. "Tu libro está en silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro, que tanto encanto y tanta fuerza tenía. Escribe, lee, estudia. Lucha! No seas vanidoso de tu obra", le decía entre otras cosas. "No se merece 'Perito en lunas' ese silencio estúpido, no. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos".

A sus veintidós años, Miguel Hernández sufría las consecuencias de su hermetismo. "No creo que haya un solo lector, que lo hubiera en 1933 tampoco, capaz de dar solución a todos los acertijos poéticos que propone", escribiría Gerardo Diego mucho años después sobre "Perito en lunas". Incluso hubo quien le pidió al autor las claves o títulos –que el libro omitía– de cada uno de los poemas, información que Hernández proporcionó y el titular del ejemplar –Federico Andreu– anotó muy oportunamente. A la larga ese ejemplar, del que dio cumplida noticia Cano Ballesta, es el que ha servido a críticos y editores para entender, en parte, sus metáforas. Pongamos por caso una muestra: la estrofa V. "Anda, columna; ten un desenlace / de surtidor. Principia por espuela. / Pon a la luna un tirabuzón. Hace / el camello más alto de canela. / Resuelta en claustro viento esbelto pace / oasis de beldad a toda vela / con gargantillas de oro en la garganta: / fundada en ti se iza la sierpe, y canta". Leída sin más, es prácticamente improbable que los lectores den con la solución; pero si estos versos se releen sabiendo que describen una palmera tal vez lleguen a sospechar que han entendido la metáfora.

Miguel Hernández no volvió a recorrer esa senda gongorina en libros posteriores, lo que en modo alguno supone que haya que desmerecer su experimento. De hecho, se han escrito opiniones para todos los gustos. La importancia de "Perito en lunas" reside, según Sánchez Vidal, en que "no es sólo un libro, sino toda una época de la obra hernandiana, e incluso toda una poética"; el poeta –ha dicho además– "tratará de resolver con este primer libro la contradicción que suponía aspirar al alto ejercicio de la poesía y verse en la prosáica obligación de pasar las horas entre boñigas y cabras". Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia han visto en algunas de sus estrofas "una relación visible con la obra posterior y supone un anticipo de los poemas más graves y dramáticos". José Luis Ferris, que como Sánchez Vidal lo considera ejemplo de poesía pura, alaba "la gran capacidad imaginativa, el perfecto dominio de la forma", y opina que el libro "no ha alcanzado todavía la consideración que merece, como tampoco la profunda lectura que exige un poeta tan exhaustivo como ya apuntaba ser Miguel"; mientras que Guillermo Carnero lo tiene por una incorporación tardía al centenario de Góngora: "un experimento algo anacrónico ya en 1933, y en cierto modo extraño a la personalidad del poeta, pero necesario en quien deseaba situarse junto a la generación del 27, y dar pruebas de merecerlo".

Sea como fuere, Miguel Hernández parecía haber acabado con la tentación gongorina con aquel título inicial, y a los pocos meses ya anunciaba su desmarque con la elaboración de un segundo libro de diferente trazado. Se lo avisaba a Pérez Clotet, director de la revista "Isla", en agosto: "Estoy acabando mi segundo libro para enviarlo a octubre al Concurso Nacional. Definitivo original. Poemas de factura clásica. Al revés de 'Perito en lunas' éste es un libro descendido y descendiente del sol, solar. Claro y concreto".

PRISIONERO DE SU BIOGRAFÍA

Hay en la película "El club de los poetas muertos" una escena que juzgo afortunada: la escena en la que el profesor, a la hora de explicar la obra de un autor, exige a sus alumnos que, antes de leerla, arranquen del libro las páginas de introducción. La lección que propone es clara. Desea que reparen sólo en el texto, que sientan la percepción de la literatura sin quedar condicionados por la interpretación del especialista que ha redactado el estudio preliminar.
Esta lectura limpia no ha sido fácil con Miguel Hernández. Y sin embargo es uno de esos poetas que más la necesitan. El recuerdo de Hernández permanece prisionero de su biografía. Su vida –por su pobreza, por el tópico de pastor-poeta, por la coyuntura política y trágica que le tocó vivir, por su prisión y su muerte en cautividad– se ha convertido en una referencia que ha merecido, a veces, más atenciones que su obra. Fue silenciado por la oficialidad del franquismo por razones ideológicas y utilizado después –también por razones ideológicas– por la izquierda de los años setenta, que hizo de él uno de sus iconos. Incluso ahora, superados los contextos políticos y sociales de la guerra civil, el franquismo y la transición, se escribe más en los medios de comunicación de sus experiencias vitales que de su poesía, dejando ésta para lucimiento de los especialistas. Naturalmente existen excepciones notables, pero de ese interés por los avatares biográficos del de Orihuela puede citarse un ejemplo actual. El escritor alicantino José Luis Ferris, que ha dedicado muchas horas en los últimos años a la vida y obra Hernández, preparó una antología que publicó Espasa Calpe en el año 2000, en la prestigiosa colección Austral. En 2002, la editorial Temas de Hoy, del Grupo Planeta, lanzó su biografía "Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta", donde sintetizó las investigaciones difundidas durante décadas por los hernandianos en libros, revistas especializadas y prensa, poniendo al día la imagen de Hernández. Ambos volúmenes son un complemento recomendable, pero la biografía se ha vendido más, mucho más, aun siendo más cara, que la antología. Ante semejante estado de la cuestión, la aseveración es fácil: al público del siglo XXI le interesa más el personaje, con toda su trama y su tragedia a cuestas, que su poesía.
La escena de "El club de los poetas muertos" en la que el profesor invita a sus alumnos a entrar en el universo de un escritor a través del texto me recuerda la conexión entre autor y lector que reclamaba Borges: "El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector". Al margen de la discutible mención del paladar, que no detecta sabor (es la lengua la que provoca el prodigio cuando se pone a paladear), al margen de este desliz merecedor de indulgencia, el ejemplo borgiano es válido. La obra, una vez publicada, ya no es sólo del autor: el lector la completa con su percepción. "Lo esencial es el hecho estético", sentenciaba Borges. ¿Quiere esto decir que hay que prescindir de todo conocimiento sobre la circunstancia vital de un autor, a veces ligada a esa misma obra? Obviamente no. Pero conviene evitar a toda costa que el personaje se imponga, que anule en el caso de Hernández lo más eterno que nos legó: sus versos.
Después de todo, esa fue su tarjeta de presentación. El 22 de febrero de 1932 la revista madrileña "Estampa" publicaba a toda página un reportaje firmado por F.M.C., iniciales de Francisco Martínez Corbalán. Se titulaba "Dos jóvenes escritores levantinos. El cabrero poeta y el muchacho dramaturgo". De Miguel Hernández, que contaba veintiún años, se reproducían dos fotos. En una, hecha en la misma revista según refirió a Ramón Sijé, posaba de pie, con corbata y abrigo. La mano derecha en el bolsillo del pantalón y la izquierda sosteniendo una carpeta clara. La otra foto la facilitó él al director. En ella se le vía en trance de pastor, a campo abierto, junto a su rebaño. El autor del reportaje registró su timidez –"llega azorado y encogido"– cuando le reclamó los papeles que portaba.
— Yo… –vacila el joven orcelitano.
— Ya, ya comprendo –trata de tranquilizarle el redactor–. Usted trae una informacioncita. Y ahora siente cortedad. ¿No es eso?
Pero Miguel Hernández le aclara que no es eso precisamente. Y duda un poco antes de confesar cuál es el contenido de sus cuartillas, misterio que descubre con una frase que fue un resumen de sí mismo.
— Yo… En fin: yo soy poeta.