Del diálogo a la paz

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

27 agosto 2002

Para el espectador moderno la escenificación del "Tractat d’Almirra" es una posibilidad de asomarse al siglo XIII, de entrar, por decirlo de algún modo, a las salas del castillo de Almizra, de sorprender allí a los componentes del séquito de Jaime I que se desplazaron al encuentro diplomático, incluida su esposa Violante de Hungría, y al propio monarca discutiendo con los embajadores castellanos. Es la oportunidad de asomarse también, sin moverse de su asiento, a la tienda del infante Alfonso, en el campamento de los suyos, después de rehusar la invitación de Jaime I a alojarse en el castillo.

Un escenario giratorio que permite cambiar de lugar en segundos y cuarenta actores convierten el momento, gracias a la magia del teatro, en un viaje a través del tiempo del que se retorna justo después de que los dos firmantes del pacto se dan la mano en el centro del escenario y se mantienen inmóviles, cerrando la representación con una imagen que, al estruendo de las campanas y fuegos artificiales, quiere simbolizar cómo la paz se impone sobre la guerra. El teatro es diálogo, y el diálogo es también en esta obra la propuesta que lleva a una solución pacífica.

No es casual que el anagrama del Tratado utilizado desde 1994, año en que se cumplió el 750 aniversario de su firma, sean dos palomas entrelazadas, como tampoco es casual que en el escudo oficial de Campo de Mirra que data de 1926 se choquen amistosamente dos manos. Las instrucciones que la Real Academia de la Historia dio entonces para su diseño fueron determinantes: "deben dibujarse dos manos rectas, opuestas y enlazadas en cuanto en heráldica denotan paz, alianza y amistad".


Ir a sección especial sobre el TRATADO DE ALMIZRA