El gran improvisador

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

10 mayo 2002

Felipe González vacila de que no suele leer sus intervenciones ni prepara sus palabras. Eso es una ventaja porque así no pierde tiempo en cuidar la escenografía. También le convierte, de ser verdad, en un político muy entretenido. No se le puede discutir que sólo él es capaz de decir, delante de Rodríguez Zapatero y ante periodistas, que en el PSOE hubo relevo cuando él dejó la secretaría general pero que "está todavía por demostrar que hay un nuevo proyecto con contenidos de ideas". Y sólo a él se le ocurre decirlo unas horas antes de defender lo contrario: que Zapatero tiene "muchas más ideas que todo lo que circula en la política nacional". No sabemos hacia dónde se decantará su próxima improvisación, si le saldrá zapaterista o antizapaterista, pero lo que nadie duda es que será igual de divertida y que también cabreará a sus compañeros de militancia.

Quizá González no sea tan improvisador como nos quiere hacer creer. Las improvisaciones de los políticos son siempre discutibles. Y ahí está Winston Churchill, que reconocía que le entusiasmaban, aunque únicamente cuando tenía tiempo de prepararlas cuidadosamente. No hay más que revisar algunas actuaciones en público de Felipe González para darse cuenta de que está más cerca de la teatralidad de Ortega y Gasset que del salga lo que salga. Dicen que a Ortega, cuando leía su primera conferencia en Madrid tras regresar del exilio, se le cayeron y revolvieron los papeles. Hizo asomo de recuperarlos, pero desistió en el acto, continuando su conferencia como si nada. Ortega era un vacilón de tomo y lomo, pues parece ser que una dama con acento argentino puso en antecedentes a sus vecinos de butaca: "Igualito le pasó en Buenos Aires, y en ese mismo momento". González, seguramente, dijo ante Zapatero lo que quería decir. Lo que ocurre es que es un maestro en llevarse la contraria.